viernes, 18 de enero de 2008

Los Padres del Desierto


Hubo un tiempo en que Egipto, era un país cristiano. Durante los primeros siete siglos de nuestra era el cristianismo en Egipto fue una religión que crecía en fieles día tras día. Hoy en día los Coptos del Patriarcado de Alejandría, con sede en El Cairo, son una minoría mínima y no muy bien tratada por el gobierno egipcio, pero eso es otra historia. En aquellos tiempos el desierto que abraza el Nilo se pobló de eremitas, personas solitarias que se aislaban del mundo y vivían en un continuo ascetismo religioso. Ayer se recordaba la muerte de San Antonio Abad, uno de estos eremitas egipcios, pero no voy a parar en las características del culto que se le da a San Antonio, muy relacionado con los animales domésticos, voy a recordar a todos estos eremitas que hoy llamamos los Padres del Desierto. Estos hombres abandonaron las populosas ciudades grecorromanas del Egipto del s.III y IV para dirigirse al desierto y vivir en soledad. En esta soledad buscaban, como digo, la ascesis, es decir, una paz interior para posibilitar la reunión mística con Dios. Sus dichos fueron recopilados y traducidos generando lo que hoy podemos encontrar como la sabiduría de los Padres del Desierto. Este tipo de escritos, se pueden encontrar en cualquier librería de temática religiosa, no se esconden, y están llenos de enseñanzas que viven ahí desde siempre pero que el cristianismo europeo no ha sabido utilizar. Para encontrar enseñanzas sobre la mística y la unión con el Absoluto mucha gente se lanza a los brazos de versiones edulcoradas y muy suavizadas de religiones y cultos orientales, convencidos de que este tipo de cosas no existen en la herencia cristiana que hemos recibido. El cristianismo se ha dibujado con los años y con la seguridad que da la hegemonía social, como una religión que guardaba la espiritualidad y la escondía en los conventos. El gran error de la Iglesia es no haber enseñado oración contemplativa, y no importa si uno es religioso o laico, tanto uno como el otro necesita de Dios y si quiere lo busca. El problema para el laico es que no tiene a su alcance técnicas de meditación mística con las que pueda buscar una experiencia personal, unitiva y amorosa con Dios. Se nos da un montón de fórmulas de oración muy estipuladas, pero muchas veces, la oración verbal se convierte en una frontera para la cual no tenemos llave. Si no encontramos la llave para cruzar esa frontera en nuestra cultura, salimos a buscarla en otras culturas y nos topamos con oriente, pero un oriente falseado. Todo lo que el hombre del s. XXI busca en la mística oriental lo tenemos, si sabemos buscar, muy cerca, en los Padres del Desierto. Como muestra un botón.

Agathón caminaba con sus discípulos. Uno de ellos encontró una arveja y pidió al Anciano: "Padre, me permites tomarla?" Agathón le preguntó: "Eres tú quien la depositó acá?". El hermano lo negó. "Entonces, prosiguió el Anciano, por qué quieres tomar lo que no es tuyo?"

Se decía de Agathón que vivió tres años con un guijarro en la boca, hasta que logró el silencio.

"Un hombre en cólera, incluso si resucitó a un muerto, no sería agradable a Dios."

Abba Poimén dijo a José: "Dime cómo convertirme en un monje". El respondió: "Si quieres encontrar reposo aquí abajo y más tarde también; di en toda ocasión: ¿quién soy yo? y no juzgues a nadie".

Un hermano interrogó al abba José diciendo: "¿Qué debo hacer, ya que no tengo fuerzas para soportar los males ni para trabajar en hacer caridad?" El Anciano respondió: "Si no puedes cumplir ninguna de estas cosas, guarda al menos tu conciencia de todo mal con respecto al prójimo y así te salvarás".

Abba Lot fue en busca de José y le dijo: "Abba, de acuerdo con lo que yo puedo, recito un oficio corto, ayuno un poco, oro, medito, vivo en el recogimiento y, tanto como puedo, me purifico de mis pensamientos. ¿Qué más debo hacer?" Entonces el Anciano se levantó y extendió sus manos hacia el cielo. Sus dedos se convirtieron en diez lámparas encendidas y le dijo: "Si tú quieres, te conviertes enteramente en un fuego".

Se contaba de Juan Colobos que, habiéndose retirado con un Anciano tebano en Escete, moraba en .el desierto. Su abba, tomando una rama seca la plantó y le dijo: "Cada día, riégala con un cántaro de agua, hasta que ella produzca fruto". El agua estaba tan lejos que era necesario partir a la tarde y regresar a la mañana siguiente. Al cabo de tres años, la madera revivió y produjo frutos. Entonces el Anciano, tomando este fruto lo llevó a la Iglesia y dijo a los hermanos: "Tomad, comed el fruto de la obediencia".


El mismo Macario dijo: "Si, reprendiendo a alguien tú te dejas llevar por la cólera, satisfaces tu propia pasión. Por lo tanto no te pierdas a ti mismo para salvar a los otros".

Se interrogó un día al abba Silvano diciendo: "¿Qué género de vida llevaste, Padre, para recibir esa sabiduría?" El respondió: "Jamás dejé penetrar en mi corazón un pensamiento que atrajera la cólera de Dios".

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