martes, 18 de marzo de 2008

Verbo Encarnado


El mensaje de Cristo es lo único capaz de llenar el corazón del hombre. Afirmando con San Agustín, nuestro corazón no descansará hasta llegar a Dios. Este misterio del hombre se desvela en el Verbo Encarnado. ¿A quién podemos acudir en el dolor, la muerte o la culpa?¿Quién presta el amor absoluto que necesita el hombre para vivir? Lógicamente iríamos a Aquél que es camino, verdad y vida, a Aquél que viéndolo nos hace ver al Padre. Adán, el primer hombre, es figura de Jesús, pero comete el primer pecado y queda necesitado de reconciliación con Dios. Cristo es el nuevo Adán, el Salvador, el Revelador y la revelación del misterio del Padre y de su Amor por nosotros. Llamando a Cristo Adán, decimos que Cristo es la verdadera figura del hombre. Según Ratzinger, en la Biblia la palabra “Adán” expresa la unidad de todo el género humano. Cristo es como nosotros pero sin pecado, es el hombre ejemplar, el hombre perfecto que dignifica la naturaleza humana y restaura en los descendientes de Adán la semejanza divina perdida en el pecado original, su muerte y resurrección es el medio para reconciliarnos con Dios. Su sacrificio sirve de ejemplo y abre un nuevo sentido a nuestra vida y nuestra muerte, y es que la redención es como una nueva creación. En esta nueva creación el cristiano, semejante a Cristo, recibe el Espíritu Santo y queda capacitado para cumplir la nueva ley de Cristo consistente en el amor. Por medio del Espíritu Santo, Cristo restaura al hombre y lo asocia al misterio de su pasión, de esta manera puede caminar a la resurrección con esperanza. En la Cruz, Cristo reúne a la humanidad para llegar al fin común. Puesto que Cristo murió por todos, todo esto es válido para todos los hombres de buena voluntad, no sólo a los cristianos. Dice Benedicto XVI en “Introducción al Cristianismo” que el hombre sólo llega a sí mismo cuando sale de sí mismo. El hombre está orientado al otro, al verdaderamente otro, a Dios, y cuanto más está en Dios, más está en sí mismo. El hombre es verdaderamente él mismo cuando es verdaderamente apertura a Dios, cuando menos limitado esté dentro de sí mismo. Cristo es el que se trasciende totalmente a sí mismo y llega realmente a sí mismo. Jesús es en quien se palpa a Dios y se participa de Él. Este es el misterio del hombre, en Cristo y por Cristo se ilumina el enigma del dolor y la muerte. Cristo vence a la muerte y nos da la vida haciéndonos hijos de Dios. En palabras de Ratzinger, Dios crea del costado de Jesús, al igual que lo hizo del costado de Adán, una nueva Eva, una nueva humanidad. La Sangre y el Agua derramada por el costado de Jesús en la Cruz, son figuras de la Eucaristía y el Bautismo

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