Las palabras del Papa alabando la libertad religiosa de Estados Unidos, un lugar donde sus habitantes tienen todo el derecho del mundo a vivir y formarse de acuerdo a su credo y conciencia, a la inversa, son una fuerte advertencia a la vieja Europa donde ocurre todo lo contrario y no es el individuo sino el estado, demasiado todopoderoso, quien dicta cuál tiene que ser nuestra religión, a quién tenemos que adorar y cómo tenemos que educar a nuestros hijos. No me imagino yo a ningún político norteamericano y, mucho menos siendo un político electo, legislando contra un grupo de votantes creyentes, contra sus convicciones morales, contra la libertad de culto y de educación u ofendiendo día sí y día también a sus dirigentes espirituales.
La libertad religiosa es un derecho que, se supone, tenemos en los países llamados democráticos, para que cada ser humano elija libremente su religión o su ateísmo. Este derecho debería poder ejercerse públicamente, sin ser víctima de opresión, discriminación o castigo por parte del Estado. Este derecho está íntimamente relacionado con el derecho a la educación, en virtud del cual, todos los individuos que votan y pagan impuestos tienen derecho a formarse ellos mismos y educar a sus hijos de acuerdo con su conciencia y su sistema de creencias, sin que pueda venir ningún director de escuela del País Vasco a retirar la clase de Religión de las aulas solo porque dice que es de izquierdas, los curas le caen muy mal, y porque ya está bien de que los niños aprendan tonterías, como si los niños no se vieran obligados a aprender ninguna tontería hoy en día. En España, en teoría, la Constitución declara una total separación del Estado y la Iglesia, y declara la libertad de culto sin restricciones ni privilegios. ¿Quién se cree esto? que se lo digan a una Conferencia Episcopal sin libertad de expresión, a unos niños católicos con enormes irregularidades en su derecho a la libre elección de educación y de centro educativo, con cristianos que son mofa y befa de la sociedad cuando se defiende el derecho a la vida de los no-natos, o a una muerte digna. Olvidan nuestros políticos y olvidamos nosotros mismos que, aunque somos la parte confesional de un Estado aconfesional, somos todavía parte del Estado, y votamos y pagamos impuestos, quizás, más honradamente que otras personas que no tienen un mandamiento que dice "no robarás".
Las palabras del Papa Benedicto XVI en América me han hecho envidiar un poco a los americanos, no son perfectos, ni falta que les hace, pero tampoco obligan a nadie a serlo.
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