martes, 15 de abril de 2008

Dios o nada


Cada uno tiene su conciencia moral, es la que nos marca la medida de nuestros valores, y es, como sabemos algo personal, e intransferible. ¿Podemos hablar de superioridad ética de ciertos valores? Hay cosas obvias en las que la respuesta está clara, la sinceridad es más que el engaño, la ayuda al débil es más que su eliminación, la vida es más que la muerte. Hay otros supuestos en los que los valores exigen fe y en los que no todo el mundo está dispuesto a creer. En todo caso, de la misma forma que se da por supuesto el respeto a la conciencia moral de cada uno, es exigible el respeto a la conciencia moral basada en una revelación religiosa. Ambos tipos de vida moral y ética tienen derecho a comportarse según su patrón de perfección.
La ética, separándola de la religión se puede definir por su objetivo, la ética quiere una vida mejor. Cuando unimos la ética a la religión también la definimos por su objetivo, lo que se quiere es algo mejor que la vida. La ética religiosa es cosa de unos pocos, pero la ética es cosa de todos y debemos compartir unos mínimos tanto los que creen en Dios como los que no creen en Dios. Digo esto porque hoy en día, absolutamente todas la personas creyentes tienen intereses éticos, pero no todos los ateos o agnósticos tienen intereses éticos, ni siquiera están dispuestos a profundizar en esa ética subjetiva de cada uno de la que hablaba al principio, ni dispuestos a compartir unos mínimos éticos y morales con el resto de la comunidad. El aséptico cumplimiento de unas leyes sin juzgar su conveniencia ética y moral es donde se queda nuestra conciencia. Si la ley lo dice somos capaces de pasar por encima de las más elementales normas de la ley natural. No nos planteamos que quien hace la ley es tan imperfecto como quien tiene que cumplirla.
La ética, y por supuesto, la religión sirven para dar ejemplo a quien no tiene experiencia y muestran la diferencia entre los principios racionales que todos comprendemos pero que no siempre están presentes en nuestras leyes ni en las cabezas de nuestros legisladores. Me gustaría pensar sin equivocarme que esos principios racionales coincidentes con la ley natural son compartidos por todos, aunque no siempre son cumplidos. Estos supuestos racionales, por poner un ejemplo bien conocido, los diez mandamientos, son imprescindibles frente a doctrinas aparentemente respetables, pero difíciles de conciliar con el verdadero desarrollo humano.
No hace mucho tiempo, Dios habitaba en la cultura occidental. Hoy Dios es el gran ausente, aunque el europeo medio no suele echarle en falta. Hoy día no nos parece extraño que aquello que era fundamental hace años ahora no haga ninguna falta. Los hombres modernos, el hombre urbano, es tan prepotente que no le hace falta responder a las preguntas que supone la existencia o ausencia de Dios. Muchos viven cómodamente con respuestas parciales que responden preguntas fundamentales, soluciones sin contar para nada con Dios. La muerte, la vida y el sentido de ambas, sin Dios no tienen solución. No hablo de un Dios solucionador de problemas, hablo de un Dios que abre las fronteras del sentido y nos da algo en lugar de la nada que se nos da actualmente. La sociedad se ha instalado en una visión inmanente de la vida y el ser humano deambula entre creaciones humanas, construye ordenadores y proyecta viajar a Marte sin hacer el gran viaje hacia si mismo, el viaje que lleve al ser humano a transcenderse, a ir más allá de si mismo. La desesperación producto de la nada que nos da la vida moderna se acepta como un elemento más de la vida y nos inventamos entretenimientos para evadirnos de nuestra propia vida y de nosotros mismos. Son tiempos de indiferencia, hablaba antes de ateos y agnósticos, pero eso no es del todo cierto, lo que abunda en nuestra sociedad son los agnósticos, los que dudan y no buscan resolver la duda. Hoy día la fe no está de moda. La fe implica creer, creer que Dios existe o creer que Dios no existe, la fe, ya sea en positivo o en negativo, nos sitúa en una realidad inequívoca, sí o no. Hoy en día ni si ni no ni todo lo contrario. Decía Ortega y Gasset que la duda es estar en lo inestable, como en un terremoto indefinido. La duda nos arroja ante lo dudoso y basta dudar para que la realidad desaparezca de nuestros ojos. En tiempos como los de hoy en los que se duda de todo, la realidad también desaparece y hay que inventarla. Añadimos así a la desesperación, la realidad inexistente y la realidad inventada, todo ello producto del mismo error, alejar a Dios de los presupuestos fundamentales en los que basar la vida.Volvemos otra vez a la moral y a la ética. Todo este desbarajuste es en parte producto de una teología luterana en constante secularización, constantemente matando a Dios. Los filósofos educados en el luteranismo fueron los encargados de que el poder de Dios fuera sustituido por el poder del hombre. Desde Kant a Sartre pasando por Nietzsche se consagró la autonomía moral del ser humano, cometiendo una y otra vez lo que San Agustín llamó Pecado Original y que todos sabemos ya lo que es, la autonomía soberbia del hombre frente a Dios. Pero el hombre es por esencia un ser religioso, y a falta de Dios inventa la religión civil cuyos dogmas son, utilizando palabras de Rousseau en su famoso “El Contrato social”, la felicidad de los justos, el castigo de los malos, la santidad de la sociedad y las leyes, y como pecado la intolerancia. Hasta ese momento del s.XVIII la moral era un conjunto de consideraciones prácticas de la religión, unas normas. La moral tenía su fundamento en la ley de Dios, así, como decía Dostoievski, “si Dios no existe todo está permitido”. ¿Es la moral un freno? ¿Si falta el freno de Dios el hombre se convierte en un salvaje? Pues sí, Dostoievski tenía razón, así las cosas, la ética ocupa el lugar de Dios y se convierte en la variante laica de la religión, como dice Savater, la ética es la religión de los no creyentes. El freno sigue estando pero en forma de ley y viaja con nosotros dentro de nosotros. El fallo está en que nosotros lo regulamos, lo conectamos o lo desconectamos cuando queremos, es decir, que normalmente, el ser humano hace lo que se le pone en las narices siempre y tiene como único freno a la conciencia, mejor o peor educada, pero siempre existente y siempre personal e intransferible, es decir lo que nos dé la gana y sin preguntar por el prójimo.

¿Prefiero una ética y una moral religiosa o una ética y una moral laica? Si duda prefiero la religiosa, es segura, humana y cuidadosa con todos, también con el prójimo. Ah! y me da Algo en lugar de nada.

1 comentario:

Tini dijo...

Me ha gustado el articulo sin duda yo prefiero a Dios.. un Dios misericordioso.. nada que ver con la iglesia.. un ente inquisitorio dictatorial y en mi caso personal diria que malevolo... Me quedo solo con Dios. Saludos!!