El rabino Simón Moguilevsky definió en una ocasión a Angelo Roncalli como un verdadero hombre enteramente creado a la imagen de Dios. Esta palabras hacían referencia a la importate labor de este gran hombre durante la Segunda Guerra Mundial. El entonces Monseñor Roncalli ya era querido antes de la Guerra Mundial por la comunidad católica de Bulgaria. Como ejemplo de su infinita caridad, decir que, ofreció cuidados gratuitos a los heridos por el atentado que intentó acabar con la vida del Rey Boris III en la Catedral Ortodoxa de Sofía, eran 300 heridos, de los cuales se ocupó Roncalli personalmente. Que en 1924 sofocó una ola de violencia anticatólica en una región de Bulgaria mediante la sola lectura de un sermón. O que durante el terremoto que devastó el centro de Bulgaria en 1928, Monseñor Roncalli compartió tienda de campaña junto con los que habían quedado sin hogar y consiguió alimentar con fondos del Vaticano aquella región por dos meses.
Poco antes de empezar la Guerra, en 1934, Monseñor Roncalli fue enviado a Estambul como delegado apostólico de Turquía y Grecia, lugar donde logró importantes acercamientos diplomáticos con estos dos países. Pero donde el genio y gracia divina de Angelo Roncalli se hizo notar fue en plena II Guerra Mundial, tiempo en que Estambul se convirtió en sede de la intriga y el espionaje. En 1940 Roncalli ayudó a un numeroso grupo de judíos polacos a escapar a Palestina, por entonces una colonia inglesa. Rechazo públicamente al embajador alemán Franz von Papen, aunque luego el propio Roncalli escribió una carta al tribunal de Nuremberg en la que declaraba que Franz von Papen había sido de gran utilidad dándole la oportunidad de salvar 24.000 judíos. En 1943 puso a disposición de los judíos alemanes 5.000 certificados de inmigración y solicitó a la Radio del Vaticano que difundiera que ayudar a los judíos era un acto de misericordia aprobado por la Iglesia. Con la ayuda del rey Boris de Bulgaria utilizó a la Cruz Roja para salvar a miles de judíos eslovacos deportados a Bulgaria. A petición del Gran Rabino de Jerusalén Isaac Herzog, intercedió por 55.000 judíos presos en Rumania.
Con todo esto ya bastaría para comprender que estamos ante la mejor de las personas, pero en 1944 quedaba todavía el reto más grande. Ese verano recibió la visita de la húngara Ira Hirschmann, una enviada de la Junta de Refugiados de Guerra y puso al día a Roncalli de las purgas antisemitas llevadas a cabo por Alemania en Hungría. Monseñor Roncalli ayudó, reforzó y amplió una red de emisión de certificados de bautismo a judíos llevada a cabo por monjas húngaras. Los Nazis reconocían dichos certificados por auténticos y tomaban a dichos judíos por cristianos húngaros. Ni a las monjas ejecutoras de los certificados ni a Monseñor Roncalli les importaba que estos certificados fueran falsos, ni que estos judíos nunca tuvieran la intención de convertirse realmente, lo que importaba era vivir. Roncalli utilizó correos diplomáticos, representantes del papado, y a las hermanas de Nuestra Señora de Zion para transportar y emitir certificados de bautismo, de inmigración y visados a judíos húngaros. La "operación bautismo" fue de tal envergadura que en febrero de 1945 se contabilizaron unos 100.000 judíos supervivientes. Posteriormente Roncalli fue enviado por el Vaticano a Francia como nuncio del Vaticano en París. En 1952, el Papa Pío XII le nombró Cardenal y Patriarca de Venecia y en 1958 se convirtió en el Papa Juan XXIII.
Angelo Roncalli, declarado beato por Juan Pablo II, se refería al holocausto judío como seis millones de crucifixiones.
Siempre he escuchado el apelativo de "Bueno" a este Papa, pero nadie me supo decir por qué, ahora ya lo se.
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