viernes, 29 de febrero de 2008

Obediencia


Amo la Iglesia y porque la amo también amo la reforma. Creo en una Iglesia donde cabe la dialéctica, donde cabe la crítica entendida tal como es, como análisis. De igual forma creo en un diálogo con Dios de dos a dos, no de una forma monóloga. Amo el derecho a equivocarme del curioso que duda y ama aquéllo que no conoce, busco la manera de caminar mejor hacia el conocimiento de la Verdad, voy de equivocación en equivocación hasta el fin último, la razón última, lo que no se puede conocer.
Puedo luchar por mil razones, de esas mil, unas pocas son imperiosas y necesito luchar por ellas, algunas, quizás aquellas por las que no debería luchar, son por las que lucho.
Me gustaría una Iglesia como la que me imagino, pero si es voluntad de Dios que mi imaginación vuele demasiado alto o demasiado bajo, digo como Lutero: no puedo ni quiero retractarme, pero yo en cambio, obedezco de corazón. Tengo claro quien es la cabeza en la tierra y en el cielo y tengo claro cuál es el mandato principal, pero no puedo creer en ello si no lo pongo en duda, si no pienso en la forma de conocerlo mejor. La misma rebeldía que me hace ser cristiano cuando nadie es cristiano es la que me hace decir las cosas que digo. Quiero la reforma pero no a cualquier precio, no quiero salir por peteneras, no quiero dos Iglesias. Lo que quiero es poder discutir, poder dialogar la forma de trabajar, buscar la manera de que no acabemos trabajando para parroquias vacías, donde veamos a sacerdotes dando Misa ante bancos vacíos. No quiero desobedecer pero no quiero acabar siendo el único que obedezca.
La obediencia a la autoridad debe ser un acto de libertad responsable, fundada en el hecho de que en la Iglesia la autoridad está inspirada en la voluntad de Dios. Pero no se trata de una obediencia servil, sin pensar en lo que hacemos, esto iría en contra, en primer lugar, del mandato de dar razón de nuestra fe, y en segundo lugar, de la cordura y la locura que significa ser cristiano en un mundo donde somos negados. La obediencia es una actitud responsable con la autoridad en la búsqueda del bien común de la Iglesia.La obediencia se debe vivir en tono dialogante. Esto exige por ambas partes cierto grado de madurez, capacidad de diálogo, talante respetuoso, aceptación de las cualidades personales y flexibilidad con miras al bien personal y común. La obediencia es un doloroso ejercicio de aprendizaje. La mayoría de las veces se entiende como sumisión y acatamiento de los planes y puntos de vista de un superior. Nada más lejos de la realidad, la obediencia es libertad, es hacer lo que debemos hacer porque queremos. Pero la relación de sumisión sirve para la vida militar o el trabajo pero no debería servir para la vida religiosa. La obediencia tiene relación con la libertad, esto puede entrar en conflicto, no sólo con los circunstanciales mandatos de los superiores, sino con las propias tendencias instintivas y temperamentales. La obediencia, como talante, como gesto clave de amor y fraternidad en la unidad no es algo contrario a la libertad, a la responsabilidad o a la vocación. La clarividencia, la libertad de espíritu y la coherencia humana, puede llevar a conflictos con la obediencia pero también facilita aceptar mejor las orientaciones y sugerencias u órdenes que llegan de la autoridad. Es por todo ésto por lo que reclamo el derecho a la crítica sin que por ello me tiemble la mano a la hora de obedecer.

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