La sociedad laicista, de la que tanto nos quejamos, ha descubierto y ha aceptado que las mujeres son efectivamente, la otra mitad de la humanidad. La Iglesia, que se dice esposa de Cristo, no se ha movido desde la Edad Media. La Iglesia sigue considerando, en el peor de los casos, que las mujeres son la parte claudicante de la humanidad. En la estructura temporal eclesial, la mujer es la parte subordinada, la parte disciplinada que obedece. Son las hijas de Eva que han cargado con una culpa que no es suya, sino compartida, una culpa de toda la humanidad. Y en el mejor de los casos, son las que dan un pequeño suplemento de humanidad a los hombres. Las mujeres no son seres incompletos, no son seres que hay que proteger de su propia debilidad para permitirlas ser buenas esposas, buenas madres y laicas piadosas: tropa de refuerzo encerrado entre las verjas de un convento que obedece solo porque Cristo fue hombre. La mujer no esta ahí para mostrarnos la parte de ternura, de simpatía, de dulzura de la humanidad, el hombre está obligado a ser también simpático, tierno y dulce. Las mujeres son seres humanos como los hombres, “hombre y mujer los creo”. La mujer también es imagen de Dios, no tienen porqué ser protectoras de la vida en lugar de los hombres. Pueden ser bárbaras y violentas, y no por eso ser menos mujeres, igual que nosotros podemos ser dulces y atentos sin dejar de ser hombres. Quizás los hombres necesiten de las mujeres para definirse “a contrario”. Nada más lejos de la realidad, hombre y mujer son tan iguales que la imagen de Dios es una imagen sexuada, la imagen de Dios es varón y hembra. De la misma forma que en la Trinidad la diferenciación de las tres Personas divinas no rompe la unidad de la Trinidad, en la imagen de Dios, la diferenciación sexuada de sus dos igualdades no rompe la unidad que debe haber entre la imagen de Dios. En el fondo, la única diferencia entre hombre y mujer es su manera de ser feliz, el hombre y la mujer tienen un modo distinto de darse a los demás, que es distinto, complementario, y cuando no se refiere a la fecundidad, es intercambiable. Las mujeres no tienen ni más ni menos vocación de ser madres que los hombres de ser padres. ¿existe una vocación específica de las mujeres más de lo que pueda existir una vocación específica de los hombres?
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