sábado, 16 de febrero de 2008

Grimorio




Podría ser grimorio hijo de grima, por aquello de la irritación, la lástima, la ira que como dice Pietro de Paoli le invade cuando ve a su Iglesia. Así, el grimorio sería el almacén de grimas, el lugar escondido entre mis ojos y la nuca donde guardo todo aquello que por irritación, lástima o ira no digo y sí escribo.
Podría ser grimorio aquello que parece ser contrario a la suavidad o al terciopelo, nunca como piel de melocotón quizás maduro quizás verde, siempre como piel de grima, grito de de los hijos del agobio o suspiro de pena del alma negra cuando se conoce un lugar al que no se va y no se quiere ir.
Podía ser grimorio aquel caballo alado que, de irritación, lástima o ira, quiere volar, seguir al águila que tan alto vuela en busca del soplo con el que Dios separó las aguas de la tierra durante la creación.
Podía ser grimorio San Pedro cabreado al no sostenerse sobre las aguas, al hundirse entre las olas por aventurarse a hacer algo que el resto no sabía que se podía hacer y al saberlo no quisieron hacerlo.

Podía ser grimorio tantas cosas que sólo es una y no es ninguna de esas.

Puede ser grimorio el libro secreto, el libro de magia que hasta el mismo Tomás de Aquino ocultaba en el arcón donde se sentaba. Puede ser grimorio el libro que está por escribir y que ya se escribe con letras que no todo el mundo debería leer.
Puede ser grimorio el libro del que el buen discípulo del Hijo de hombre no puede ni debe retractarse, como dijo el alemán valiente ante el emperador.
Puede ser el grimorio de Alberto aquel libro de pequeñas cosas mágicas que aprendo de vivos, muertos y moribundos, y que si han de ser vistas por el emperador, que sean vistas sin mi firma o que no sean vistas.
Puede ser el grimorio de Alberto el grimorio del hombre de fe que busca la verdad tras las esquinas que pocos doblan por ser pecado, esquinas que son dobladas normalmente para ser quebradas.
Puede ser el grimorio aquel libro de magia donde guardo aquella luz que sí dobla las esquinas.

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