miércoles, 25 de junio de 2008

Laicidad y laicismo


Estamos oyendo continuamente en las noticias las palabras laicidad y laicismo como si fueran sinónimas y no lo son. Tanto no son sinónimas, que una de ellas es una violación de los derechos humanos, y la otra es expresión de independencia y respeto.
¿Qué es el laicismo? En pocas palabras, la hostilidad o indiferencia contra la religión, ¿Qué es laicidad? Pues simplemente el mutuo respeto entre Iglesia y Estado, fundamentándose este respeto en la independencia el uno del otro. La laicidad se basa en la distinción entre lo secular y lo religioso, entre lo que es del César y lo que es de Dios. Si los países de raigambre cristiana tienen todos democracias, no es por otra cosa que por tener leyes fundamentadas en la separación entre Estado y Religión, concepto que desde sus inicios reclama el cristianismo. Por mucho que les pese a los laicistas de izquierdas y a los nuevos laicistas de derechas, hay democracia porque hay cristianismo. El cristianismo es la única religión que favorece la democracia, y que no nos cuenten milongas sobre la revolución francesa porque todos los conceptos manejados durante ese infausto periodo histórico, es decir, libertad, fraternidad e igualdad, tienen su origen en los Evangelios.
Es fácil observar que la laicidad no es el laicismo, un estado laico no es un estado hostil o indiferente contra la religión o contra la iglesia, cosa que es contraria a los derechos humanos. Ejercer una religión es un derecho. La laicidad es compatible con la cooperación de todas las confesiones religiosas dentro de los principios de libertad religiosa y neutralidad del estado. Para Alex Seglers, los orígenes de la laicidad se remontan al judeocristianismo, que desacralizó el poder temporal de los gobernantes de aquel tiempo, donde era imposible concebir la religión como algo separado de lo político. En Occidente el poder político no está sacralizado. Pero cuidado, y ésta es la clave del tema, un poder político desacralizado, citando a Philippe Nemo, no tiene ningún monopolio ni privilegio para discernir la Verdad, la Belleza y el Bien. Los gobernantes son personas corrientes, pero potencialmente peores ya que están más expuestos que los demás a la corrupción del poder y al pecado de la soberbia. Son estos políticos los que creen estar por encima del bien y del mal, influenciados por ideas paridas por filósofos, y estoy citando otra vez a Philippe Nemo, como Maquiavelo, Hobbes, Rouseau, Hegel, Marx, etcétera, intentando una y otra vez sacralizar al Estado de acuerdo a un sucedáneo de religión civil, siempre en beneficio de sus ansias de poder, esto es laicismo. El laicismo hace desaparecer la razón y convierte al Estado en la única razón y la opinión en verdad. Benedicto XVI decía en 2006: la laicidad se entiende por lo común como exclusión de la religión de los diversos ámbitos de la sociedad y como su confín en el ámbito de la conciencia individual. La laicidad se manifestaría en la total separación entre el Estado y la Iglesia, no teniendo esta última título alguno para intervenir sobre temas relativos a la vida y al comportamiento de los ciudadanos; la laicidad comportaría incluso la exclusión de los símbolos religiosos de los lugares públicos destinados al desempeño de las funciones propias de la comunidad política: oficinas, escuelas, tribunales, hospitales, cárceles, etc. Continuaba diciendo el Papa que hay múltiples maneras de concebir la laicidad, se habla hoy de pensamiento laico, de moral laica, de ciencia laica, de política laica. En efecto, en la base de esta concepción hay una visión a-religiosa de la vida, del pensamiento y de la moral, es decir, una visión en la que no hay lugar para Dios, para un Misterio que trascienda la pura razón, para una ley moral de valor absoluto, vigente en todo tiempo y en toda situación. Sólamente dándose cuenta de esto se puede medir el peso de los problemas que entraña un término como laicidad, que parece haberse convertido en el emblema fundamental de la postmodernidad, en especial de la democracia moderna. No es expresión de laicidad, sino su degeneración en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión. No es bueno excluir a Dios de todos los ámbitos de la vida, Dios no es enemigo del hombre, tal y como quieren presentarlo muchos teóricos. Benedicto XVI terminaba diciendo que tenemos el deber de hacer comprender que la ley moral que nos ha dado Dios, y que se nos manifiesta con la voz de la conciencia, no tiene como finalidad oprimirnos, sino librarnos del mal y hacernos felices. Se trata de mostrar que sin Dios el hombre está perdido y que excluir la religión de la vida social, en particular la marginación del cristianismo, socava las bases mismas de la convivencia humana, pues antes de ser de orden social y político, estas bases son de orden moral.

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