jueves, 4 de junio de 2009

¿Fin de Europa?


Europa está en crisis, y no me refiero a la crisis económica, me refiero a una crisis que a la larga resulta mucho más peligrosa. Hace algun tiempo, cuando estudiaba 1º de Historia en la UNED, en las tutorías que podía disfrutar, un profesor de Historia Contemporánea nos avisaba del curioso paralelismo entre la Europa actual y el final del Imperio Romano. Puede sonar demasiado apocalíptico. Seguro que no nos parecemos en todo. Quizá, una de las pocas cosas en la no nos parecemos juega en nuestra contra, y es la existencia de un poder más grande que el nuestro fuera de nosotros y que nos ha sacado las castañas del fuego varias veces en un siglo, me refiero a Estados Unidos y las dos guerras mundiales, pensemos dónde estaría Europa de haber ganado la I Guerra Mundial Alemania o dónde estaría Europa de haber ganado la II Guerra Mundial Alemania, cosa que hubiera ocurrido de no ser por la intervención americana. Pensemos en La Guerra Fría... Salvo esta diferencia, que en la Roma antigua no ocurría, por lo demás, hay curiosas coincidencias que nos hablan de un pronto final para Europa tal y como la conocemos. ¿Lo veremos nosotros? ¿Lo verán nuestros hijos?...

Una de las razones para el final del Imperio Romano fue la caída de valores, la multiplicación del egoísmo, la cobardía social de los ciudadanos, la aparición de muchos vicios que relajaron las costumbres de los ciudadanos de Roma, la descomposición de las familias, y la llegada de cientos de miles de extranjeros, tantos que Roma no fue capaz de integrarlos a tiempo. La dificultad para la integración de millones de extranjeros estriba en las diferencias culturales. Cuando a Roma llegaron oleadas de extranjeros germánicos con una cultura diferenciada y muy sólida se encontraron con un Estado Romano que poco más o menos se avergonzaba de su “romanidad” y que tenía una cultura tan débil que desapareció como la luz de una vela ante una linterna gigante. No hablo de cerrar fronteras, hablo de acoger e integrar a todos extranjeros que están llegando a Europa dentro de una cultura fuerte y segura de sí misma. Cuando un musulmán, un nativo sudamericano, o un africano llega a Europa, se encuentra con lo que se encontraba un germano al llegar a Roma, unos ciudadanos socialmente cobardes y unos dirigentes políticos corruptos y débiles, tan corruptos y débiles como nuestra inepta clase política. El problema está en que estamos dispuestos, sobre todo los políticos, a ceder siempre ante el nuevo, para conservar unos privilegios totalmente imaginarios antes que defender nuestra cultura y valores. Hay un drama humano desalentador en los emigrantes, unas situaciones humanas que necesitan de nuestra ayuda, pero también hay otras situaciones que nos pueden devolver a la Edad Media si no somos fuertes como sociedad. Ante la familia pobre que llega a Europa para dar una educación y una seguridad a sus hijos debemos de quitarnos el egoísmo social, pero ante situaciones como las del auge del islamismo no caben demagogias ni alianzas de civilizaciones. Europa debe recuperar sus tradicionales valores cristianos ya que los futuros habitantes de la “futura Europa muerta” intentan socavar es nuestra propia herencia cultural, lo que nos hace como cultura, la esencia misma de Europa. El problema no está, repito, en las miles de familias necesitadas de caridad que llegan a Europa a trabajar, el problema esta en nosotros mismos. Los suicidas islamistas que actuaron en las Torres Gemelas o en Londres, no eran precisamente muertos de hambre, eran gente educada en Europa, que nos ven como veían los Germanos a los romanos, gente decadente que merecen ser conquistados.

¿Por dónde pasa la solución? Por la educación y por cambiar de una vez la clase política.
Vivimos en un despotismo democrático, una forma aparentemente suave y paternalista que mantiene unas apariencias pero que está inmerso en una poder tutelar brutal. No me refiero solo a la situación actual con el PSOE, me refiero a la situación tras la II Guerra Mundial en toda Europa. Ante esto solo cabe reforzar el estado moral y cultural del pueblo, y eso le toca al cristianismo aunque no se haya dado cuenta todavía. Quizás, siendo el propio Benedicto XVI una de las figuras intelectuales más importantes de nuestro tiempo, el catolicismo no se caracteriza por su densidad intelectual. Lo peligroso de esto es que no hay una preocupación por formar en cosas fundamentales. En las parroquias no nos damos cuenta que antes de evangelizar adultos hay que abonar el terreno devolviéndoles a estos adultos una base ético-moral donde el Evangelio sea capaz de echar raíces. Hay que volver a hablar en Europa de la necesidad de hacer el bien, y la necesidad de buscar la verdad. Los cristianos hemos dejado que el discurso cultural lo haga la izquierda, un discurro cultural basado en el marxismo, una filosofía que hoy en día sabemos que es un paradigma imposible.

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