miércoles, 10 de septiembre de 2008

EL dolor humano


El hombre sufre cuando experimenta algún mal y esta es la razón de que la pregunta por el sentido del sufrimiento aparezca inevitablemente unida a al pregunta por la existencia del mal. Todos los filósofos se han enfrentado al problema del mal despertando preguntas aún más graves. Las respuestas al problema del sufrimiento, el dolor o la muerte determinan la actitud fundamental que la persona toma ante su enfermedad.
La persona que ante el dolor adopta una actitud positiva o de aceptación, percibe la enfermedad en el marco de una visión integral de la persona y de su vocación, consiguiendo que la enfermedad haga a la persona mas madura. El dolor ayuda a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que sí lo es. La enfermedad lo empuja a la búsqueda de Dios o quizás a un retorno a Él. Normalmente la persona que por soberbia ha roto con Dios, tiene una actitud negativa o de rechazo ante el dolor y la enfermedad, esta actitud, que nace de una visión reductiva de la persona y de la vida humana, conduce a la angustia, al repliegue sobre si mismo, a la desesperación y la rebelión ante Dios, ante el dolor y ante la muerte. Las expresiones más comunes de esta rebelión son la eutanasia o el ensañamiento terapéutico. En ambas se adopta una postura de rechazo a percibir la enfermedad y el sufrimiento en el marco de una visión integral de la persona, a completar en la propia carne los padecimientos de Cristo. En ambas se actúa como si la persona fuera dueña de la vida y de la muerte, olvidando que aceptar el dolor no es gozarse en él de forma masoquista, y que el sufrimiento puede ser una oportunidad de crecimiento en la virtud. Es un hecho que, como dice Juan Pablo II en Salvifidi Doloris en su número 26, “a medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento”.
La paradoja del dolor es que, o lleva al ateismo, o hace santo al que sufre.
Existe la tentación de pensar que el sufrimiento es un castigo de Dios para el pecador. Esta duda quedó respondida en el libro de Job. El dolor no es un castigo, Job sufre injustamente y sin embargo es inocente. Por lo tanto el dolor o la muerte no son identificables con el mal, no es algo maldito, de hecho, Cristo nos redimió con el dolor siendo desde entonces la Cruz signo de amor y salvación. El sufrimiento no es, en absoluto, consecuencia de culpas personales o castigos. Cristo dijo del ciego de nacimiento que no fue por su pecado ni el de sus padres por lo que sufría la ceguera. El mal ya ha sido vencido por Cristo y junto a Cristo cada sufrimiento humano puede convertirse en una fuerza de Dios. Santo Tomás Moro escribía, en espera del martirio, estas palabras: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”. Está claro que en el tema del mal, la voluntad de Dios es el mayor misterio. ¿Por qué nos redime a través del dolor y no del gozo? ¿Por qué nos muestra su amor por medio de dolor? Para Santo Tomas mediante el sacrificio el hombre consigue la remisión del pecado que le aparta de Dios. El hombre debe conservarse en estado de gracia, debe unirse a Dios, cosa que ocurrirá definitivamente en la gloria. Todos estos beneficios se han verificado en nosotros por medio de la humanidad de cristo, y por medio de su sacrificio fueron borrados todos los pecados. Cristo es causa de salud eterna para todos los que le obedecen, por Él logramos la perfección de la Iglesia. San Pablo dice en Hb 5, 9 “Y llegando a la perfección, se ha hecho causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” La obediencia de Cristo fue tan grande y tan grata al Padre que Jesús con su muerte hizo que fuera vencida la muerte. Una obediencia tal que ha llegado a la perfección y es fuente de salvación eterna.


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