Me voy de vacaciones, como tantos otros. Pero me despido hasta septiembre con una sensación rara, con la sensación de “no me sorprende”, de “ya lo sabía”, de “no puede ocurrir otra cosa”. El destrozo de una imagen del Sagrado Corazón de Jesús en la ermita de San Antonio de la Florida en Madrid no es la peor agresión que puede sufrir el catolicismo en España, al fin y al cabo es una imagen, una estatua que no es lo sagrado sino que representa lo sagrado. Lo grave es que si la estatua representa lo sagrado, su destrozo representa el miedo de una sociedad hacia aquello que la supera, hacia aquello, que con un poco de esfuerzo, puede hacerte feliz, hacia aquello que nos recuerda constantemente quién es realmente el hombre y por qué ha sido llamado a la existencia. El destrozo de esta imagen no es más ni menos grave que otros destrozos. La educación está rota, la moral y la ética social está hecha pedazos, nosotros mismos también estamos rotos y sin cabeza. El ser humano, dentro y fuera de la Iglesia, está tan roto como la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en Madrid. Fuera de la Iglesia, la Imagen divina se afana en la autodestrucción, tanto personal como colectiva, dentro de la Iglesia nos afanamos en discutir el sexo de los ángeles sin darnos cuenta que es hacia fuera y no hacia dentro desde donde viene la llamada de auxilio de Cristo Resucitado. Los escombros de la imagen del Corazón de Jesús es el grito de auxilio de una sociedad profundamente quebrantada, de una enfermedad mortal. Se da la circunstancia de que la imagen, protagonista involuntaria de hoy, estaba elaborada con restos de un antiguo monumento destruido durante la Guerra Civil. Parece que hay piedras que no deben levantarse para según qué cosas…
Hasta septiembre
Gracias por todo….
Hasta septiembre
Gracias por todo….
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