Me he sentido especialmente inspirado por el artículo de Luís Fernando Pérez Bustamante del 7 de enero de 2009 “Cosas que la Iglesia española no hace y debería hacer”. Podría haberme limitado a un comentario en el espacio reservado a los lectores pero prefiero hacer uso del privilegio de escribir en el Grimorio.
Yo diría que, salvo honrosas excepciones, los fieles de la Iglesia española estamos dormidos. Recuerdo la parábola de los talentos en Mt 25, 14-30 o la parábola de las minas en Lc 19, 13-26, que son muy parecidas. En Lucas se hace hincapié en la necesidad de hacer fructificar la herencia encomendada. Mateo nos recuerda la necesidad de corresponder a la gracia de manera esforzada durante toda la vida. Mt 25, 21 dice “…has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho…”. Es decir, no importa el número sino la generosidad para corresponder.
Entre los comentarios al artículo de Luís Fernando he podido leer que son los laicos quienes deben continuar el empeño evangelizador, como bien dice otro lector, para Dios es igual cualquier persona, sea laico o clérigo. Pero cuidado, y aquí está mi primera consideración, cada miembro del cuerpo de Cristo trabaja según sus condiciones y según su estado. De la misma manera que a cada siervo le corresponde una cantidad de talentos para negociar, como veíamos en las parábolas, a un párroco o a un obispo le corresponden unas tareas que a los laicos no les corresponden y viceversa, los laicos tienen un montón de posibilidades que los clérigos no tienen. En este sentido, el laico debe empezar a trabajar desde la raíz de la sociedad, tal y como hacían los primeros cristianos. Como dice uno de los comentarios a Luís Fernando, que me ha parecido muy bueno, el buen cristiano tiende a ser mejor ciudadano, mejor cónyuge, mejor padre, se divorcia menos, comete menos delitos, educa mejor a sus hijos. Desde el principio del cristianismo la manera de diferenciar a los cristianos del resto de ciudadanos romanos era precisamente esto, la vida ejemplar que llevaban. Una vida ejemplar que estaban dispuestos a llevar hasta el extremo.
Una segunda consideración es que al margen de ideas, unas más brillantes y otras más geniales, para ganar fieles, hay que tener en cuenta un par de cosas muy sencillas para reajustarnos a los nuevos tiempos. Buscamos convertir de nuevo a Europa, pero no hay conversión posible sin fe. No puede haber una conversión profunda sin una fe profunda. La fe es algo especialmente difícil de cultivar en nuestros días, y más difícil aún, es hacerla nacer. Decía Von Balthasar que el hombre es un ser con un misterio en su corazón, que es más grande que él mismo. Este misterio se ha dado a conocer al ser humano originando en culturas diferentes, religiones diferentes. Todas estas religiones, también el cristianismo, se basan en la experiencia religiosa. La presencia de Dios en nuestra vida es real, lo que ocurre es que nosotros, en muchas ocasiones no le vemos. De repente un día los obstáculos desaparecen y se produce el encuentro y Dios se vuelve “real”. Por una parte debemos buscar la manera de eliminar los obstáculos que impiden el encuentro con Dios y por otra debemos procurar convertir la creencia en vivencia.
En todos los comentarios a Luís Fernando se habla de la Iglesia como fenómeno social, y es cierto, la Iglesia puede y debe ser un fenómeno social relevante en el s. XXI, pero forzosamente debe estar impregnado por la experiencia. Rahner decía que el hombre religioso del s. XXI será un místico, una persona que ha experimentado algo, o no será religioso. No se trata de competir por ver quién adorna los autobuses urbanos con el cartel más grande, como sigamos así vamos a acabar jugando partidos de fútbol cristianos contra ateos. Seamos serios, no se trata de propaganda, se trata de implicar la experiencia de Dios en la vida o no, y las consecuencias para el futuro de la sociedad son muy serias. La Iglesia debe implicar la mente, los sentimientos y la voluntad a la hora de favorecer el arraigo de la fe en el corazón del europeo del S. XXI. La experiencia debe ser activa, ya que la religiosidad, a partir de ahora, no va a ser compartida como una convicción pública, unánime y obvia.
Entre los comentarios al artículo de Luís Fernando he podido leer que son los laicos quienes deben continuar el empeño evangelizador, como bien dice otro lector, para Dios es igual cualquier persona, sea laico o clérigo. Pero cuidado, y aquí está mi primera consideración, cada miembro del cuerpo de Cristo trabaja según sus condiciones y según su estado. De la misma manera que a cada siervo le corresponde una cantidad de talentos para negociar, como veíamos en las parábolas, a un párroco o a un obispo le corresponden unas tareas que a los laicos no les corresponden y viceversa, los laicos tienen un montón de posibilidades que los clérigos no tienen. En este sentido, el laico debe empezar a trabajar desde la raíz de la sociedad, tal y como hacían los primeros cristianos. Como dice uno de los comentarios a Luís Fernando, que me ha parecido muy bueno, el buen cristiano tiende a ser mejor ciudadano, mejor cónyuge, mejor padre, se divorcia menos, comete menos delitos, educa mejor a sus hijos. Desde el principio del cristianismo la manera de diferenciar a los cristianos del resto de ciudadanos romanos era precisamente esto, la vida ejemplar que llevaban. Una vida ejemplar que estaban dispuestos a llevar hasta el extremo.
Una segunda consideración es que al margen de ideas, unas más brillantes y otras más geniales, para ganar fieles, hay que tener en cuenta un par de cosas muy sencillas para reajustarnos a los nuevos tiempos. Buscamos convertir de nuevo a Europa, pero no hay conversión posible sin fe. No puede haber una conversión profunda sin una fe profunda. La fe es algo especialmente difícil de cultivar en nuestros días, y más difícil aún, es hacerla nacer. Decía Von Balthasar que el hombre es un ser con un misterio en su corazón, que es más grande que él mismo. Este misterio se ha dado a conocer al ser humano originando en culturas diferentes, religiones diferentes. Todas estas religiones, también el cristianismo, se basan en la experiencia religiosa. La presencia de Dios en nuestra vida es real, lo que ocurre es que nosotros, en muchas ocasiones no le vemos. De repente un día los obstáculos desaparecen y se produce el encuentro y Dios se vuelve “real”. Por una parte debemos buscar la manera de eliminar los obstáculos que impiden el encuentro con Dios y por otra debemos procurar convertir la creencia en vivencia.
En todos los comentarios a Luís Fernando se habla de la Iglesia como fenómeno social, y es cierto, la Iglesia puede y debe ser un fenómeno social relevante en el s. XXI, pero forzosamente debe estar impregnado por la experiencia. Rahner decía que el hombre religioso del s. XXI será un místico, una persona que ha experimentado algo, o no será religioso. No se trata de competir por ver quién adorna los autobuses urbanos con el cartel más grande, como sigamos así vamos a acabar jugando partidos de fútbol cristianos contra ateos. Seamos serios, no se trata de propaganda, se trata de implicar la experiencia de Dios en la vida o no, y las consecuencias para el futuro de la sociedad son muy serias. La Iglesia debe implicar la mente, los sentimientos y la voluntad a la hora de favorecer el arraigo de la fe en el corazón del europeo del S. XXI. La experiencia debe ser activa, ya que la religiosidad, a partir de ahora, no va a ser compartida como una convicción pública, unánime y obvia.
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