viernes, 26 de septiembre de 2008

Búsqueda de Dios


El hombre es un ser creado a imagen de Dios, y aunque el hombre moderno lo ignore, está llamado a conocer y amar a Dios. Tiene en el corazón el deseo de verle y conocerle, si no, su corazón no estará tranquilo. Una prueba de conocer a Dios es el deseo de conocerle más. El hombre busca a Dios, y para ello busca vías para acceder a Él. Necesita, más que pruebas, argumentos para llegar a certezas y así alcanzar la plenitud y la felicidad verdadera. Un ejemplo de esta inquietud es la que queda reflejada en “Las Confesiones” de San Agustín. El de Hipona era poseedor de un corazón inquieto que se expresaba en una intensa búsqueda de Dios. Utilizando sus propias palabras buscaba fuera al que estaba dentro, sabía que estábamos hechos para Dios y que no descansaríamos hasta no descansar en Dios. Franz Brentano en su libro “Sobre la existencia de Dios” nos dice que Aristóteles y Platón entendían que para quienes tienen preguntas y se dedican a investigarlas, la suprema felicidad está en el conocimiento de Dios. Para Aristóteles, la contemplación aunque sea a lo lejos y en la penumbra de alguien querido es una alegría superior a la de ver claramente y de día algo que nos resulta indiferente.
Para acceder a Dios el hombre necesita utilizar lo que tiene más a mano, y esto es la creación, es decir, el mundo y él mismo, la persona. A partir del devenir, del movimiento y de la belleza se puede conocer a Dios como origen y fin del universo. Un cosmos dotado de una belleza y unas leyes tan milimétricamente dispuestas no puede ser obra del azar. Observar un proceso inteligente nos hace ver que necesita de un director inteligente. Dios es un ser inteligente que posee en grado máximo todo lo bueno que tienen todas sus criaturas y hace que estas criaturas participen de ello. Dios es el Ser y todo lo que existe participa de ese Ser. El hombre, también, en su apertura a la verdad, a la belleza, a su sentido del bien, la conciencia o su libertad, aspira al infinito y se interroga por Dios. El hombre sabe que su alma es una parte de la eternidad que lleva en sí mismo y que no puede tener otro origen que Dios. Hay una presencia de Dios en el hombre, nuestra alma está creada por Dios y está llena de Dios. San Agustín decía que en el alma está la imagen de Dios. Dios es amor y como imagen divina el hombre también es capaz de amar, no podemos conocer a Dios si primero no amamos a los demás. Cómo vamos a amar a Dios, a quien no conocemos, sin amar al vecino, a quién sí conocemos. De este modo amando al prójimo, haciendo la voluntad de Dios, vamos conociéndole.
Ni el mundo ni el hombre tienen en sí su primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquél que les da el ser y que es el Ser en Sí mismo, es decir la causa primera de todo y el fin último de todo y que, como dice Santo Tomás de Aquino, todos llaman Dios.
El hombre puede conocer la existencia de Dios, es un ser religioso capaz de entrar en comunión con Él. Pero para que esta relación sea posible, Dios se tiene que revelar, se tiene que autocomunicar al hombre, hacerse entendible y darle la gracia de la fe, la participación de un principio de goce de Dios, de una participación en la vida eterna. La fe es una cuerda que lanza Dios para que el hombre ascienda hasta Él, otorgándole así su dignidad fundamental. Las vías para acceder al conocimiento de la existencia de Dios no se oponen a la razón y nos predisponen a la gracia de la fe.

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