La muerte es un tema que no evito. Mi afición a las cosas “raras”, fenómenos paranormales en general, a la demonología o a la escatología hacen que la muerte sea un tema, que aunque me impresiona, no me asusta ni me da miedo. La verdad es que sí es cierto que estos dos días de fiesta, el uno y dos de noviembre, girando alrededor de la muerte, antropológicamente son muy atractivos. El fenómeno de la muerte y el luto nos daría para describir culturas completas. La muerte y el luto son cosas que definen la vida de las culturas. Esto es porque todo el conjunto de actitudes ante el final de la vida son fenómenos que en esencia no tienen en cuenta al finado, que al fin de cuentas “está en otro sitio”, pero que sí afecta al grupo, ya que la muerte ajena nos recuerda nuestra propia muerte, un hecho que por desconocido y doloroso, nos resulta perturbador. También es curioso como una de las cosas comunes en todas las culturas y todas las épocas es, en esencia, la forma en que experimentamos la muerte ajena. Hoy en día en esta sociedad industrializada hacemos desaparecer la muerte y la convertimos en una broma, me estoy acordando de la sustitución de nuestro primero de noviembre por el día de “halloween”. Todo para hacer desaparecer la muerte real. Reivindico los postulados de la cultura arcaica y pastoril de mis abuelos y su tratamiento sobre la muerte. El mundo de mis abuelos no ocultaba la muerte, se moría en casa, rodeado de la familia. La primera gran lección de un niño solía ser la experiencia en primera fila de la muerte de un abuelo. Esta cultura arcaica y pastoril era capaz de constatar el sufrimiento de la muerte ajena como reflejo de la propia muerte, y la controlaba y atenuaba con la mitología y la religión, que por una parte mostraba como evidente un más allá y por otra parte evitaba que la persona afligida se hundiese en interrogantes irresolubles y desesperantes. Efectivamente la muerte es un gran tema.
domingo, 30 de noviembre de 2008
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